7 de noviembre de 2010

Esto no es un espectáculo

POR REBECA VANDA



El resumen de la primera corrida de la Temporada Grande: “Todo está hecho un mugrero” y no son mis palabras, cito a aficionados y periodistas que se han estado quejando en el transcurso de esta noche sobre cómo es que se vive ahora la tauromaquia en la capital mexicana y que por desgracia no es un mal nuevo, sino que es un malestar que se viene viendo ya desde hace varias temporadas.

Pues bien, mi experiencia reciente me ha dejado un tanto en desilusión y he decidió disfrutar de los toros desde la comodidad de mi hogar, y no me importa si los veo o escucho la crónicas por la radio, todo gracias a unos neo aficionados que justo en la corrida de alternativa de Hilda Tenorio, hicieron que mi estancia en la México fuera un verdadero fastidio.

Para empezar los sujetos en cuestión llegaron en senda comitiva familiar, casi digna de un político pueblero: los papás, los tíos, los primos y un par de agregados culturales, que de cultos no tenían nada, pues el más “sabio” de ellos se dedicó a explicar los menesteres de la fiesta brava y no me desgastaré recordando su sapiencia, sólo la resumiré en que para el hombrecillo el capote lleva por nombre el “trapito rojo” – si claro, ese es justo el nombre científico para ese trasto de torear-.

Y parece que este tipo de público es el que permea ahora en nuestra querida plaza y no es que esté en contra de que se nos una más afición, al contrario entre más seamos mejor será el futuro de este bello arte, pero para que queremos aficionados mal informados y que no se atreven ni a leer un mínimo de información taurina y sólo se acercan a las plazas porque es lo que está de moda y porque “El teacher” López Dóriga, Loret de Mola y a veces el “Cuauh” se aparecen por ahí.

Debo admitir que al inicio de mi afición yo iba a la México porque me gustaba Enrique Ponce, y no me gustaba su toreo -total a eso casi ni le entendía-, iba porque el hombre resultó ser un galanazo que lucía bastante bien en traje de luces, pero poco a poco me fui enamorando del arte y no del torero y de esta manera empecé a leer, a investigar, a conocer, a aprender y no aún no tengo toda la información que quisiera sobre el tema, pero por lo menos tengo más que claro que el trapo rojo que llevan los toreros se llama capote.

Este no es un escrito para desalentar u ofender, al contrario, los invito a conocer este arte, a adentrarse en él, a que si les interesa su gusto se convierta en pasión o en todo caso si no es de su agrado, sean detractores con todo el conocimiento de causa, ambas posturas son respetables y ambos papeles, el de detractor y aficionado, son parte de la fiesta para bien o para mal.